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Problemas que enfrenta la juventud musulmana moderna (parte 1 de 3)

Problemas que enfrenta la juventud musulmana moderna (parte 1 de 3)

Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los gavilanes, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes.
En la jaula infame de nuestros vicios,
¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:
¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, — ¡mi hermano!

¡Sin ofenderlos, lectores! El francés Charles Baudelaire escribió este poema a mediados del siglo XIX. Él es ampliamente conocido como uno de los poetas modernistas más perceptivos, un hombre que entendió con claridad meridiana los males de la modernidad y la difícil situación del hombre moderno. Y el mayor problema del hombre moderno, el vicio mayor, dice él, no es otro que el tedio. Específicamente, el tedio es una apatía y un letargo que infecta el alma. Se alimenta de nuestra vitalidad espiritual, chupa lentamente nuestra voluntad y pasión, nuestro deseo de actuar y triunfar. Nos deja vacíos por dentro, apáticos frente al mundo, sin rumbo y perdidos en un abismo de nada. En pocas palabras, el hombre moderno está muerto espiritualmente. Y, aunque deteste mucho admitirlo, nosotros los musulmanes jóvenes de Occidente, hemos llegado a ser absolutamente modernos.

Una historia para ti
Hace unos años vino un joven musulmán para obtener su grado de la escuela superior. Para horror suyo, se estrelló contra el hecho de que su actitud indiferente y falta general de interés eran síntomas de un problema mayor: durante los anteriores cuatro años, había sufrido de anemia espiritual. Él la llamó “una negligencia grave hacia Al-lah y Su religión”. Es decir, lo que se suponía era un cielo espiritual, se convirtió en apenas una lista materialista de prohibiciones: no consumas drogas, no comas cerdo, no bebas…
La solución obvia (qué tan no-moderno debía ser para creer siquiera que había solución) fue reavivar la llama de entre las cenizas de su alma. Su mezquita local parecía una ruta segura, ¿cierto? ¡FALSO! Por supuesto, el joven pensó que lo era, mirando a la mezquita como un “bastión de conocimiento y guía, y hogar de los ancianos de la comunidad que sólo esperan guiar a un joven dócil y sincero como yo hacia el Islam…”.

Lo que encontró fue total desinterés tanto en su persona como en su situación. Desesperado por algún tipo de orientación, cualquier mano caritativa que lo sacara de su lodazal de ignorancia, esperó que “alguien reconocerá la forma equivocada en que hago la oración, o la mezcolanza de discos compactos de música vulgar en mi auto, me llevará a un lado y me ofrecerá la guía que obviamente necesito. Quizás alguien se ofrezca a enseñarme o me informe de un halaqah local o dos. Quizás alguien tome alguno de esos libros del estante, lo abra y me enseñe. Habría escuchado a cualquiera. Habría escuchado hasta a un niño pequeño. Sólo necesito que alguien me lleve aparte y me muestre ese camino correcto del que tanto he escuchado hablar, pero nunca he tenido la fortuna de hallar”.

Pero nadie se preocupó por dedicarle un cuarto de hora para corregir su Salat. Todos estaban demasiado ocupados para brindar siquiera dos minutos de su día y recomendarle un libro útil para que lo leyera. Y nadie pensó siquiera en dirigirse al joven claramente desesperado que venía a la mezquita, incierto y vacilante, para hacerle una simple pregunta: “¿Cómo estás?”
La esperanza del muchacho pronto dio paso a la desesperación. Su reverencia por los ancianos de la mezquita se convirtió en rabia y rendición. En una antigua casa de adoración, aprendió una lección verdaderamente moderna: que estás absolutamente solo, un don nadie perdido en un páramo de sueños enterrados. Estuvo cerca de alejarse de su búsqueda en ese punto, pero por pura gracia de Dios, continuó y eventualmente halló individuos aquí y allí que lo ayudaron a lo largo del difícil camino del ascenso espiritual.

Una falla comunitaria
Nuestras “comunidades”, por lo general, ponen todas sus tontas esperanzas en personas como esta, personas que por alguna razón, eventualmente “hacen lo que sea” a pesar (o quizás, más exactamente, en contra) de la falta de apoyo y guía, puestos en sus corazones por sus comunidades.

Pero he aquí un pequeño trozo de realidad: muchos seres humanos no caen en esta categoría de personas. Muchos seres humanos necesitan de guía transmitida, modelos de comportamiento humano, asesoramiento humano, apoyo y amor. Si la guía fuera una mercancía, mucha gente vendría por su propia cuenta, no habríamos tenido necesidad de Profetas. Pero Dios nos creó de tal forma que necesitamos profetas, y necesitamos a los herederos de los Profetas para que nos guíen después de ellos. Nuestras “comunidades” no han logrado ser aquellos santuarios de apoyo y guía que cualquier comunidad real sería.

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