La verdadera historia de las Cruzadas (parte 6 de 9)

06/06/2012| IslamWeb

En los comentarios de Daimbert, en el resumen oficial de la primera cruzada, él anota que muchos cruzados fanfarroneaban de cómo “nadaban” sobre la sangre de sus enemigos, ya fueran niños o mujeres, dijo:

“Y si quieren saber qué fue lo que hicimos con los enemigos que encontramos allí, sepan que en el pórtico de Salomón y su templo, nuestros hombres nadaban en la sangre de los sarracenos (musulmanes) la cual llegaba hasta las rodillas de los caballos” .

Un testigo observó:
“…Ahí [enfrente del templo de Salomón] fue tal la magnitud de una de esas matanzas sangrientas, que nuestra gente caminaba en la profundidad de sangre que nos llegaba a las rodillas, y después de eso, “felices y llorando de alegría”, nuestra gente marchó a la tumba de nuestro salvador para honorarlo y pagar nuestra deuda de gratitud”.

En las palabras del arzobispo de Tiro, encontramos:
“Era imposible mirar sobre el enorme número de hombres asesinados y no sentir horror. Ver por todos lados pedazos de cuerpos de humanos tirados, y el suelo completa y enteramente cubierto con la sangre de los que fueron asesinados. En el espectáculo no sólo había cuerpos decapitados, también habían miembros mutilados, esparcidos en todas las direcciones, que despertaban el horror de todos los que los miraban. Todavía más terrible era ver a los vencedores mismos, sangre chorreando de los pies a la cabeza, una vista despreciable que daba terror a todo aquel que los encontraba. Hay informes que sólo dentro del recinto del templo como diez mil infieles perecieron” .

Sobre la devastación que fue ocasionado en la ciudad, Philip Schaff comenta:
“La ocupación cristiana de Palestina no trajo con ella un reinado de paz. El reino fue rasgado por las amargas intrigas de los barones y eclesiásticos, mientras constantemente estuvo amenazada por sus alrededores. Los conflictos internos fueron la fuente principal de debilidad” .

La Enciclopedia Británica cita:
“Los grandes santuarios musulmanes se convirtieron en iglesias cristianas, y en 1149 la iglesia del Santo Sepulcro, de la misma manera que existe hoy, fue consagrada. A los musulmanes y a los judíos les fue prohibido vivir en la ciudad” .

Esto fue lo que sucedió en las “nobles” y “piadosas” campañas de “Dios” sólo durante la primera cruzada. No solamente fue el ataque de una jauría de bandidos que se lanzó con toda barbarie sobre los habitantes de la Tierra Santa, acabando con todo lo que estaba a su paso y jugando y bañándose en la sangre de sus víctimas, sino que los que sobrevivieron a este salvajismo fueron despojados de todo derecho, como parias, a los musulmanes y judíos les fue prohibida la entrada a la ciudad santa. Todo lo contrario sucedió cuando los musulmanes llegaron a esta ciudad y cuando la recuperaron después de esa cruzada. No sólo se le permitió a los musulmanes el regreso a sus casas y entrar a la ciudad, sino que se hizo lo mismo con los judíos, a los que los cruzados también habían arrasado y desterrado.

El historiador judío alemán del siglo XIX, Heinrich Graetz, indicó que el Sultán abrió todo el reino para los judíos que fueron perseguidos, así ellos regresaron, buscando la seguridad y encontrando justicia . El poeta judío español Yehuda Al Harizi, quien estuvo en Jerusalén en 1207 d.C., describió la importancia que tuvo para los judíos la recuperación de Jerusalén a manos de Saladino:

“Dios despertó el espíritu del príncipe de los Ismaelitas [Saladino], un prudente y valiente hombre, que vino con todo su ejército, sitió Jerusalén, la tomó y proclamó en todo el país que permitiría recibir y aceptar a la raza completa de Efraín, por donde quiera que vinieran. Y así nosotros vinimos de todos los lugares del mundo a tomar residencia aquí. Ahora nosotros vivimos aquí a la sombra de paz” .
 

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1-In Krey, op. cit., 275.
2-F. Turner, Beyond Geography, New York, 1980.
3-Philip Schaff, History of the Christian Church, Volumen V, capítulo 7.
4- Enciclopedia Británica.
5-Graetz, Geschichte der Juden [History of the Jews], vol. 11, 1853.
6-F. E. Peters, Jerusalem, p. 363.
 

 

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