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Él rol revolucionario del Islam (parte 1 de 2)

Como resultado de la ignorancia, el mal conocido como la adoración de los fenómenos naturales surgió en la sociedad humana. El hombre les atribuyó divinidad a simples criaturas y comenzó a adorar cosas en el mundo como si fueran dioses. Dada esta aberración intelectual, la idolatría echó raíces en la civilización. Ni siquiera la venida de miles de profetas y reformadores pudo cambiar este estado de cosas por completo y de forma práctica. El rechazo a los profetas trajo sobre los negadores el castigo de Dios, pero el shirk (idolatría) nunca pudo ser erradicado. Luego Dios se encargó de intervenir. Una manifestación mayor de esta intervención Divina en la historia humana fue el surgimiento del Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él. Una enciclopedia norteamericana describió su llegada muy apropiadamente diciendo que “cambió el curso de la historia humana”.
El historiador francés Henri Pirenne lo expresó así: “El Islam cambió todo el mundo. Se derribó el orden tradicional de la historia”.
El Corán dice esto al definir el objetivo de la intervención divina: {Él es Quien les envió a Su Mensajero con la guía y la práctica de adoración verdadera, para que prevalezca sobre todas las demás. Dios es suficiente como testigo} [Corán 48:38].
Esto también fue expresado en un hadiz registrado en Sahih Al Bujari: “Él no dejará este mundo como Dios ha decretado, a menos y hasta que esta gente sea guiada al camino correcto”.
Esto demuestra que los profetas anteriores, la paz sea con ellos, solo debían comunicar; mientras que el Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, necesitó además mostrar una implementación de su mensaje.
La tarea de los primeros profetas culminaba con la comunicación del mensaje a la gente, pero el plan divino al enviar al Profeta Muhammad al mundo, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, fue crear una revolución en el plano práctico. Su mensaje no podía, por ende, permanecer en un nivel teórico.
Siendo que es imposible hacer que un resultado se convierta en una certeza, ¿cómo haría el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, para volver su mensaje en una realidad? Todo fue posible debido a la ayuda Divina que le fue dada por Dios, Glorificado sea. Esto tomó forma en un plan de dos facetas: una, proveerle al Profeta un poderoso y confiable equipo; y la otra debilitar significativamente a los enemigos del monoteísmo a través de una estrategia especial, para que el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, y sus compañeros pudieran dominar a sus oponentes fácilmente.
Esta parte del plan Divino llegó a ser completada con el asentamiento de Isma’il, hijo del Profeta Ibrahim, la paz sea con ambos, en el desierto deshabitado de Arabia hace dos mil quinientos años. En ese momento era un lugar desolado por completo situado muy lejos de los centros urbanos. Allí surgió una comunidad erigida por Isma’il Ibn Ibrahim, entrenados en el ambiente del desierto, en donde nada había salvo naturaleza. Como resultado de esa atmósfera sin adulterar (libre de polución humana), se preservaron las cualidades de los habitantes del desierto. Tomó más de dos mil años formar una nación de tan alto calibre que fue llamada “nación de héroes” por un sabio occidental. En la historia de los árabes se conoce a dicha nación como “ismaelitas”. A pesar de que apareció la perversión religiosa allí, eran tan distinguidos en sus valores –gracias a su entrenamiento particular– que no tuvieron pares entre quienes los precedieron o sucedieron. El Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, uno de los eméritos miembros de Banu Isma’il, luchó por trece años en La Meca y diez en Medina. Finalmente, más de cien mil personas creyeron en él y se unieron a su misión. Cada uno de sus compañeros, que Al-lah esté complacido con ellos, poseía un fuerte y confiable carácter. De esta forma, el Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, logró tener un equipo con el cual hacer llegar el mensaje de los profetas a buen puerto, llevando la misión profética de la etapa teórica de la ideología a la etapa práctica de la revolución.
La siguiente fase de este plan Divino consistía en debilitar tanto las fuerzas contrarias al monoteísmo que el último Profeta pudiera subyugarlos y hacer realidad la revolución tan deseada ya en esa primera generación. Para lograr esto, las tribus árabes permanecieron enfrentadas por largo tiempo en una guerra sangrienta y mutuamente destructiva. Como consecuencia, cuando el Profeta Muhammad, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, fue enviado al mundo, las tribus idólatras de Arabia estaban tan debilitadas que no podían resistir mucho. Esto permitió al Profeta, la paz y las bendiciones de Al-lah sean con él, conquistar Arabia y desenraizar la idolatría por completo en un corto período de tiempo.
En esos días había dos grandes imperios fuera de Arabia. Ellos dominaban la mayor parte de Asia y África. Su poder era tan inmenso que los árabes no podían ni soñar con superarlos. A pesar de esta extremada disparidad, ¿cómo fue posible que los árabes de la primera generación conquistaran a ambos –los sasánidas y romanos– de forma tan decisiva que los aplastaron, y lograron que el monoteísmo dominara sobre la idolatría en esa región? Ese milagro se volvió realidad debido a la especial estrategia Divina, similar al caso de los romanos:
Al-lah, Altísimo, dice: {Los bizantinos fueron derrotados en el territorio [árabe] más bajo, pero después de esta derrota, ellos [los bizantinos] vencerán} [Corán 30:2-3]. La historia demuestra que desde el 602 hasta el 628 E.C. sucedieron eventos extraordinarios entre estos dos imperios.
En primer lugar, las familias reales chocaron internamente en sus países respectivos y, como consecuencia, muchos individuos de gran poder político fueron asesinados. De hecho, esos pleitos asestaron un golpe mortal a los imperios, sacudiéndolos hasta su médula. Por consiguiente, ciertos factores llevaron a que ambos imperios colisionaran destructivamente. Primero, las fuerzas del imperio sasánida cruzaron la frontera del imperio romano para atacarlo. Las circunstancias fueron favorables y lograron que el emperador romano Heraclio decidiera huir de su palacio en Constantinopla. Pero nuevamente los eventos dieron un giro. Heraclio recuperó la confianza que había perdido y, luego de hacer preparaciones, atacó al imperio sasánida, destrozó sus ejércitos, y penetró en el corazón de Jerusalén.
Estas guerras, que llevaron alrededor de veinticinco años, debilitaron considerablemente ambos imperios. Fue por ello que durante el piadoso califato las fuerzas árabes entraron a los imperios romano y sasánida y avanzaron con gran rapidez.

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