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Barakah y la familia del Profeta

Barakah y la familia del Profeta

 

No sabemos exactamente cómo la joven mujer abisinia terminó siendo vendida en Meca. No conocemos sus raíces, quién fue su madre, su padre o sus ancestros. Había muchos como ella, hombres y mujeres, árabes y no árabes, que eran capturados y llevados al mercado de esclavos de la ciudad para ser vendidos.
Un destino terrible les esperaba a aquellos que terminaban en manos de amos crueles o como amantes que eran explotadas al máximo y tratadas con mucha rudeza.
Algunos en ese ambiente inhumano eran algo más afortunados y eran llevados a casa de personas amables y bondadosas.
Barakah, la joven abisinia, fue una de esos afortunados. Ella fue salvada por el generoso y bondadoso Abdullah, el hijo de Abd Al Muttalib. Ella era la única sirvienta en su familia y cuando se casó con Aminah, ella también se encargaba de servirla.
Dos semanas después de que la pareja se casó, de acuerdo con Barakah, el padre de Abdullah fue a la casa e instruyó a su hijo para ir con una caravana comercial que se iba para Siria. Aminah se puso muy triste y dijo llorando: “¡Qué extraño! ¡Qué extraño! Cómo puede mi esposo irse en un viaje de negocios a Siria mientras aún soy una novia y las huellas de la henna aún siguen en mis manos”.
La partida de Abdullah fue desgarradora. En su aflicción, Amina se desmayó. Barakah dijo: “Cuando vi a Aminah inconsciente, grité de la angustia y el dolor: ‘¡Oh, mi señora!’ Amina abrió sus ojos y me miró con lágrimas corriendo por su rostro. Suprimiendo un gemido, dijo: ‘Llévame a la cama, Barakah’. Aminah permaneció postrada en cama durante mucho tiempo. No hablaba con nadie, ni siquiera miraba a quienes la visitaban excepto a Abd Al Muttalib, ese noble y amable anciano. Dos meses después de la partida de Abdullah, Aminah me llamó una mañana al amanecer y, con su rostro iluminado de alegría, me dijo: ‘¡Oh, Barakah! He tenido un sueño extraño’. Le dije: ‘Algo bueno, mi señora’. ‘Vi luces saliendo de mi abdomen, iluminando las montañas, las colinas y los valles alrededor de Meca’. ‘¿Se siente embarazada mi señora?’. Respondió: ‘Sí, Barakah, pero no siento ninguna molestia como sienten otras mujeres’. Le dije: ‘Vas a dar a luz a un niño bendecido quien traerá el bien’”.
Mientras Abdullah estuvo de viaje, Aminah permaneció triste y melancólica. Barakah estuvo a su lado tratando de confortarla y hacerla sentir alegre, hablándole y contándole historias. Sin embargo, Aminah se puso aún más angustiada cuando Abd Al Muttalib fue y le dijo que tenía que abandonar su hogar e ir a las montañas como las otras personas de Meca lo habían hecho, debido al inminente ataque sobre la ciudad de un gobernador del Yemen, llamado Abrahah. Aminah le dijo que ella estaba muy angustiada y débil para irse a las montañas e insistía en que Abrahah nunca pdría entrar a Meca ni destruir la Ka’bah porque estaba protegida por el Señor. Abd Al Muttalib se sintió muy agitado pero no había ninguna señal de temor en el rostro de Aminah. Su confianza en que la Ka’bah no sería dañada estaba bien fundada. El ejército de Abrahah con un elefante en la delantera fue destruido antes de poder entrar en Meca.
Día y noche Barakah permanecía a lado de Aminah. Ella dijo: “Yo dormía al pie de su cama y escuchaba sus gemidos por la noche llamando a su esposo ausente. Sus quejidos me despertaban y yo intentaba confortarla y darle valor”.
La primera parte de la caravana de Siria regresó y fue recibida con alegría por las familias comerciantes de Meca. Barakah fue a escondidas a la casa de Abd Al Muttalib para encontrar a Abdullah, pero no lo vio. Ella volvió donde Aminah pero no le dijo lo que había escuchado o visto para no entristecerla. Eventualmente regresó toda la caravana, pero sin Abdullah.
Más tarde, Barakah estaba en la casa de Abd Al Muttalib cuando llegaron noticias desde Yazrib de que Abdullah había muerto. Ella dijo: “Grité cuando escuché las noticias. No sé lo que hice después de eso, solo que corrí gritando a la casa de Aminah, lamentando la ausencia de aquel que nunca regresaría, lamentando por el amado por quien habíamos esperado tanto, lamentando por el joven más apuesto de Meca, por Abdullah, el orgullo de Quraish.
Cuando Aminah escuchó las tristes noticias, se desmayó y yo permanecí a su lado mientras ella estuvo entre la vida y la muerte. No había nadie más que yo en la casa de Aminah. La cuidé y me ocupé de ella durante el día y a lo largo de las largas noches hasta que dio a luz a su hijo, Muhammad, en una noche en la que los cielos estaban resplandecientes con la luz de Al-lah”.
Cuando nació Muhammad, Barakah fue la primera que lo cargó en sus brazos. Su abuelo fue y lo llevó a la Ka’bah y con toda Meca celebró su nacimiento. Barakah permaneció con Aminah mientras Muhammad fue enviado al desierto con Halima, quien cuidó de él en la saludable atmósfera del desierto abierto. Al cabo de 5 años, fue llevado de regreso a Meca y Aminah lo recibió con dulzura y amor, y Brakah le dio la bienvenida con alegría, anhelo y admiración.

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