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Él apoyo de un buen hombre

El apoyo de un buen hombre

 

 

Una amiga cercana recién tuvo que dejar de usar su Hiyab porque su esposo se lo exigió. Ambos son “nacidos y criados” como musulmanes y, sin embargo, él le pidió eso a su esposa porque se sentía avergonzado del obvio signo de fe de su esposa. Por meses la pareja sostuvo incontables discusiones. Había muy poco para cada uno por decir y cada uno sostenía su posición firmemente, hasta que esta situación empezó a carcomer las bases de su matrimonio. Cuando las cosas iban de mal en peor y sus problemas morales desembocaron en un ultimátum virtual, ella consintió en dejar de usar el Hiyab.

 

 

 

 

 

Irónicamente, unos años antes, otra amiga enfrentó la misma situación. Esta otra amiga encaró de otra manera el ultimátum: ella aceptó divorciarse de su esposo que le había pedido que deje de usar el Hiyab o se divorcien. Ella decidió divorciarse y ambos parecen llevarse bien ahora compartiendo la custodia de sus hijos.

 

 

 

 

 

La primera reacción, como me sucedió a mí, es de aplaudir a la última hermana y orar por la primera. Sin embargo, esta situación requiere un análisis mucho más profundo. No es algo sorpresivo que una mujer elija mantener su identidad y otra elija mantener su matrimonio. Lo que es sorprendente es que en este país y en este siglo aún las mujeres sean obligadas a pasar por este tipo de situaciones. Tal parece que, conforme pasa el tiempo, las mujeres musulmanas en América son cada vez más notorias y visibles. Mujeres con Hiyab se pueden ver en los centros comerciales paseando, incluso se las ve en la televisión. Ellas no se dejan amedrentar por el epíteto de “oprimidas” y rebosan de fortaleza y seguridad. Son elegantes y educadas, amigables y abiertas. Comparten con las demás mujeres su búsqueda de derechos e independencia. Las mujeres musulmanas americanas disfrutan la libertad que tienen de usar el Hiyab sin que las ridiculicen ni las reprendan. Muchas de sus conocidas no musulmanas las consideran respetables, un verdadero ejemplo de fe y virtud.

 

 

 

 

 

Sin embargo, en algunas familias las mujeres son oprimidas por sus propios hogares, por su propia gente. Las mujeres que logran equilibrar con éxito entre su vida pública y su identidad islámica, ahora enfrentan un ultimátum: elegir su felicidad familiar dejando de usar el Hiyab o elegir una felicidad individual al mantenerlo.

 

 

 

 

 

Muchos dicen que detrás de todo hombre de éxito hay una mujer; lo contrario es también verdad detrás de una mujer musulmana. Su fuerza y su emprendimiento necesitan reconocimiento de parte de otras mujeres; pero también necesitan el apoyo del hombre en su vida.

 

 

 

 

 

Cuando un hombre apoya a su esposa asistiéndola y animándola, entonces su éxito será más fácil de lograr. Si una mujer musulmana no es apoyada por su propia nación, ¿cómo esperamos que los no musulmanes la respeten?

 

 

 

 

 

Esto ni siquiera está relacionado con la cuestión de si el Hiyab es un mandamiento de Al-lah o no. Yo no estoy debatiendo eso, dejémoslo para los eruditos. Lo que estoy cuestionando es el apoyo de un esposo a su esposa. Cuando nos casamos, aceptamos cumplir con nuestros deberes de amor y compañía. ¿Qué pasa con todo eso cuando su esposo degrada a su esposa porque no puede estar orgulloso de su belleza en público? ¿Qué le pasa a ese lazo de confianza cuando un esposo más bien expone la belleza de su esposa en vez de cuidarla? ¿Qué les pasó a nuestros hombres musulmanes? Esos que van al rezo de Yumu’ah los días viernes diciendo que van a tomar un “largo almuerzo” y esos que rechazan almuerzos en Ramadán porque “no tienen hambre”. ¿A dónde se fue su coraje? ¿Dónde está su fortaleza y bravura?

 

 

 

 

 

Claro que este grupo de ninguna manera representa a esa mayoría de hombres que animan a sus esposas y familias y apoyan las expresiones y obras de fe. Mi esposo es uno de estos y por ello agradezco a Al-lah.

 

 

 

 

Sin embargo, aún me deja impresionada que los iguales de mi esposo puedan ser tan banales y desviados. ¿No entienden la fortaleza emocional y moral requerida para que una mujer vista el Hiyab? No es sólo una pieza de tela que nos envolvemos alrededor de la cabeza cuidadosamente en juego con nuestro vestuario. No es la afirmación de una moda, sino una declaración de fe. ¿Y acaso no compartimos nuestra fe con nuestros esposos? Si nuestros esposos se avergüenzan de nuestras apariencias en público ahora… ¿Qué tan humillados nos sentiremos todos cuando estemos de pie ante Al-lah ese Día?

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