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¡Oh, Muhammad! Dame algo de lo que tienes

،Oh, Muhammad! Dame algo de lo que tienes

 El Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, regresaba a su casa acompañado por Anas ibn Malik, que Al-lah esté complacido con él. Nos podemos imaginar cómo se sentía al acercarse a la puerta de su casa después de un día particularmente agotador, tras una larga jornada dedicada a la divulgación del mensaje del Islam y manejando los asuntos de su comunidad. Lo que más quería, antes que todo, era poder descansar en la comodidad informal de su casa.
Él vestía una simple capa amplia con un dobladillo no terminado, lo cual era apenas más que un rectángulo de tela con el cual él cubría sus hombros y un cabestrillo alrededor de su cuello. La cola de su turbante colgaba en su espalda.
Finalmente llegó a la puerta de su casa y estuvo a punto de entrar cuando un morador del desierto venía con rapidez hacia él. Cuando alcanzó al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, lo jaló de su capa por detrás. El Profeta sallallahu ‘alaihi wa sallam, se sorprendió por la fuerza del jalón y anonadado miró hacia atrás. La fuerza del tirón fue tal que casi lo tumba, desgarró el manto y, como estaba echado alrededor de su cuello, le ciñó el cuello. Ese jalón dejó sus huellas en el cuerpo del Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam.
Al analizar esta situación uno puede pensar que el beduino, al ver lo que hizo, soltaría la capa y pediría disculpas. Como también esperaríamos que el Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, al ver que el hombre estaba consternado por el incidente, aceptaría las disculpas y dejaría las cosas como estaban, sin pasar a mayores. Pero esto no fue lo que pasó.
El beduino en vez de disculparse y soltar la capa se dirigió toscamente al Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, diciéndole: “¡Muhammad! Dame algo de lo que tienes, comparte conmigo las riquezas que Al-lah te ha concedido”. No mostró la más mínima consideración ni el respeto que el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, merecía.
Ahora, por favor, tomémonos unos instantes e imaginémonos cómo reaccionaría una persona común y corriente al ser tratada de esta manera, es decir, ser abordados por un rufián quien jala de nuestras ropas por detrás, haciéndonos tambalear y casi ahogarnos. Y ni mencionemos que rasgó nuestra vestimenta y que no fue capaz de disculparse por lo menos, y que además, tiene la osadía de pedirnos dinero de la manera más descortés. Seguro que no aguantaríamos y le daríamos un golpe como mínimo.
¿Como reaccionó el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam?
Anas, que Al-lah esté complacido con él, nos cuenta: “El Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, dio la vuelta dándole la cara al beduino y sonrió. Y después ordenó que se le diera dinero”. [Bujari]
¡Subhanal-lah! (Glorificado sea Al-lah), esta reacción no sólo nos enseña el autocontrol que distinguía al Mensajero de Al-lah, sallallahu ‘alaihi wa sallam, sino que más allá nos comprueba que efectivamente era una persona que se caracterizaba por ser portador de un comportamiento y conducta única. En una situación así no hay tiempo para pensar ni para arreglar las cosas de modo que uno salga airoso. Si el Profeta, sallallahu ‘alaihi wa sallam, lo hubiera golpeado nadie hubiese podido reprocharle por esta reacción, pues él era un hombre común y corriente como todos los demás; pero su lado profético es el que resaltaba siempre en casos sorpresivos como estos. Nos dejó bien claro que en el Islam, en situaciones parecidas, no hay cabida para la teoría de Newton que señala que cada acción supone una reacción igual. No por nada Al-lah, Glorificado sea dijo (lo que se interpreta en español): {Ciertamente eres de una naturaleza y moral grandiosas.} [Corán 68:4]
El Profeta Muhammad, sallallahu ‘alaihi wa sallam, era una persona que aplicaba lo que decía y enseñaba, con su ejemplo esculpía las lecciones más maravillosas de vida en los corazones de sus Sahabah. Así como aconsejó que no se enojara a quien le pidió consejo, él no se enojaba, y la prueba más fiable y clara está en esta sorprendente reacción, se incorporó, se dio la vuelta y sonrió…
Esta es la cumbre a la que ningún otro hombre ha logrado llegar: la perfecta armonía entre lo que se dice y se hace.
Por otra parte, vemos que pese a que el Profeta era el jefe del Estado y líder de la comunidad, todo mundo tenía acceso a él sin ningún problema, incluso sin ningún tipo de protocolo como vemos. No se rodeaba de una corte de personas en especial o escoltas que impidieran el acceso a él para los demás miembros de la sociedad.

 

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