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Él engaño de los títulos (parte 1)

El engaño de los títulos (parte 1)

Alegar que “un libro se conoce por su título” es una afirmación errónea e ignorante, pues de los libros que he leído no encontré uno más lleno de falsedades que el titulado Bada’i Az-Zuhur (la belleza de las flores), un título hermoso, pero que contradice por completo su contenido. Tampoco he visto mejores nombres, por su significado, que Ibn Malík, Ibn An-Nabih y Ash-Shab Adh-Dharif, pero cuya poesía es vulgar.

Es tan grande la diferencia que hay entre el título de los libros (también los nombres de sus autores) y el contenido de estos libros que podemos atrevernos decir: los títulos indican lo contrario al contenido. Los títulos grandes, por lo general, encabezan a libros pequeños (en beneficio), mientras que los grandes libros (los que benefician) tienen un título insignificante.

Los piadosos

El engaño de los títulos nos lleva a caer en el error de etiquetar a la gente por su apariencia, por eso se llama piadoso a todo aquel que tiene una subha en su mano y la mueve constante mente, que tiene una barba larga o que viste un traje islámico tradicional (bata, yubah e imama), pese a que sabemos que detrás de un gran título puede haber un tema pernicioso y que debajo de un vestido fino puede haber un ser maligno del que no se desprende un solo rayo de bondad y piedad.

No es creyente una persona hasta que se esfuerce por cumplir lo que Al-lah establece y se sacrifique por ayudar a los demás con sus propios medios, siendo generoso de la manera que para otros es difícil serlo, pues la generosidad de palabra o del ruido generado por las piezas de la masbaha no representa un esfuerzo real para la persona, pareciera ser que sus bocas hubieran sido creadas solo para hablar y sus dedos para mover esas piezas (sin que actúe en realidad).

La fe atraviesa por momentos en los que Al-lah pone a prueba a la gente, para que se distinga el veraz del falsario, por lo que si el avaro gasta de su dinero en ocasiones por misericordia y bondad, si el egoísta se entrega a una buena causa en un momento de su vida por el bienestar de la gente, y si aquel débil de voluntad se enfrenta y vence las pasiones y las resiste por algún motivo, Al-lah sabe cuál es su intención final. Por eso, el creyente es el que realiza todas sus obras con sinceridad y no para ganarse el reconocimiento de los demás, las hace de corazón y con veracidad, y no con mentiras y engaños, y se esfuerza por mantenerse en ese estado. Así, el título que se le debe dar a alguien que aparenta ser piadoso debe ser el de “hipócrita” y “mentiroso”, y no el de “piadoso”. Dijo Al-lah: {¿Acaso piensa la gente que se los dejará decir: “¡Creemos!”, y no van a ser puestos a prueba?} [Corán 29:2].

Los patriotas

En el pasado una persona no alcanzaba el título de “patriota” hasta que no hubiera realizado un acto en beneficio de su nación o la hubiera salvado de un peligro que la acechara sin que le importara si sobreviviría en el intento o no, pues era sincero y leal a la causa, y como recompensa recibía el mérito por el deber cumplido. Pero todo ha cambiado en la actualidad, pues un título tan noble hoy simplemente se logra lanzando unos gritos “patrióticos” en una reunión, o escribiendo unas palabras triviales en un periódico, razones por las cuales se les organizan grandes fiestas para reconocer su “mérito” −como solo se hacía en el pasado con las grandes personalidades y héroes−, siendo que sus palabras fueron simplemente un intento de alcanzar la gloria y liberarse de sus penas.

Lo que más nos asombra hoy en día es que somos una nación que está acostumbrada a que una persona presente evidencias claras y testimonios reales cuando denuncia que otra le robó un centavo. Pero vemos que cuando alguien del que no se conoce su veracidad ni su sinceridad y se atribuye a sí mismo el patriotismo, rápidamente se lo certifica como tal y no se busca comprobar su lealtad por la causa.

Si no fuera por el engaño de los títulos, serían los comerciantes honestos, los trabajadores honrados, los gobernantes justos, los campesinos correctos y los empresarios serios los que realmente deberían ser reconocidos por todas partes como verdaderos patriotas, y no esos falsarios que andan lanzando emblemas por doquier, con los que pretenden nada más engañar. 

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